miércoles, 30 de noviembre de 2011

LA CODICIA

Un saco sin fondo
La codicia es buena. No podría olvidar jamás el discurso de Gordon Gekko en la película Wall Street. Sin embargo, en mi opinión, la codicia no es realmente tan buena como dice Gekko. Históricamente, se ha demostrado que la codicia rompe familias, casas reales, imperios. Basta con mencionar el crack bursátil del 30, y mucho más cercano, en 2007. Cuando empezó la actual crisis económica todo el mundo hablaba de la irresponsabilidad y codicia de los grandes banqueros de Wall Street. Los dedos apuntaban a corporaciones como Goldman Sachs y sus políticas arriesgas con el otorgamiento de créditos arriesgados a usuarios poco solventes: los créditos subprime. El problema es simple, el pequeño empresario pedía un crédito y se endeudaba a un interés mucho más alto del ofertado normalmente en el mercado, pero con la ventaja de que dicho crédito era mucho más alto. Es lógico, a mayor riesgo mayor interés. Estos créditos los pedían generalmente particulares para comprar una casa un coche de lujo o alguna otra cosa más.
Ahora me pregunto: ¿Realmente es tan malo? Me pongo a pensar y yo también quiero la casa de mis sueños y un coche bonito. Trabajaría muy duro para conseguirlo. Pero el problema es que la casa de mis sueños es igual que la del banquero que me dará el crédito, y lo pero de todo es que no quiero solo su casa, sino también sus muebles, su coche y el saldo en su cuenta de ahorros. Es curioso, todos nos imaginamos en una casa espectacular, nuestros hijos estudiando en los mejores colegios, veranos recorriendo el mundo y exitosos negocios. Pero la presión social no se detiene ahí, realmente si dejo mi imaginación a volar, la lista no acaba, hay muchas cosas que se abren paso día a día en mi lista de las “cosas que tengo que hacer antes de morir”. Nada de esto es malo en sí mismo, pero el problema es no saber cuando parar. Existe una línea muy fina que divide la frontera entre la ambición sana y la codicia.
Tener ambiciones no tiene nada de malo, es más, eso es lo que mantiene en funcionamiento la economía de los países, se montan negocios prestigiosos y se crea trabajo: gracias a los emprendedores de hace 20 años, muchísimas familias pueden comer a diario hoy. Pero el problema de la ambición es que crea tolerancia, como la droga. Ambicionar mucho puede rechazar lo que tenemos, y a la vez, echar en falta lo que no tenemos. En este punto ya se ha perdido el norte: el trabajo, el esfuerzo y el confort de la familia dejan de tener valor en sí mismos, vienen a estar subordinados al ímpetu de escalar más y más. El codicioso siempre extrañara lo que no tiene y querrá más: nunca satisfecho. Estar en constante expectativa por el próximo logro debe de ser realmente agotador, son empresas que consumen y pueden arrebatarnos la tranquilidad.
Es cierto que la ambición puede ser buena, nadie dice que no, en cierta forma nos mantiene vivos y nos ayuda a ser mejores, pero es similar a un saco sin fondo. Jamás podremos llenar un saco en el que el límite es nuestra imaginación, por eso tenemos que cuidarla y ponerle un alto en algunas ocasiones. La codicia puede alterar nuestras prioridades y hacer que dejemos de lado las cosas que realmente son importantes. La historia nos dice que la codicia termina rompiendo el saco: no nos engañemos, el proceso no para en crear un exitoso negocio y dar trabajo a la gente, lo siguiente podría ser algo no tan honrado. Que quede claro, no es cuestión de ser buena o mala persona, seguramente los altos directivos de Goldman Sachs era buenas personas. En definitiva, deberíamos cuidar un poco más nuestras ambiciones.

0 comentarios:

Publicar un comentario